18 de mayo de 2023
Déborah Wanderley dos Santos (1985) ejercita tres facetas como violinista: es miembro de la Orquesta Sinfónica del Estado de São Paulo, ha enseñado en diversas instancias educativas y tiene decenas de publicaciones como investigadora. Además, es una activista social que fundado innovadores proyectos en su natal Brasil, pero también en Chicago, así como en Haití y Jamaica.
A sus 37 años de edad, ha demostrado, con el ejemplo, cómo la música clásica es una incomparable herramienta para profundas transformaciones sociales. En el centro de su trabajo, que ha sido reconocido por la excelsa Orquesta Sinfónica de Chicago y también por la Organización de Estados Americanos, OEA, está la neurociencia. A través de su propia experiencia de vida como instrumentista, identificó tempranamente que le faltaban herramientas cognitivas por su procedencia social. Así, lleva casi 20 años estudiando neurociencia en sitios como la Universidad de Harvard y el MIT de Massachusetts. Hoy se está doctorando en Boston.
Invitada por la Escuela Internacional de Profesores Visitantes del Instituto de Música UC, Débora Wanderley dos Santos está ofreciendo un curso desde el lunes 15 de mayo. Sus actividades docentes en Santiago se extenderán hasta el sábado 20 e incluyen, además, una charla sobre la neurociencia de la música.
"Me impresionó mucho que la carrera musical fuera tan rigurosa en la Universidad Católica"
Antes de esta visita a Chile, la violinista e investigadora brasilera había estado en el Teatro del Lago, de Frutillar, donde dio conferencias. Su principal referencia del Instituto de Música UC lo tiene a través de algunos intérpretes chilenos con los cuales tocó mientras estuvo en la YOA, Orquesta de las Américas. “Me impresionó mucho que la carrera musical universitaria fuera tan rigurosa; ellos me explicaron que eran muchos más años de preparación que los que tenemos en Brasil, que son cuatro años. Me parece fantástico salir de la universidad con un nivel tan alto de preparación”, comenta.
Un momento de la primera jornada del curso de Déborah Wanderley dos Santos en el Instituto de Música UC. Foto: Georgina Rossi.
Sus clases en el Campus Oriente, aclara, no serán solamente de violín: “El futuro, y también el presente, de la educación es interdisciplinar. Ya no basta con ser un súper especialista en un área y cerrar los ojos ante todo lo que sucede alrededor. El conocimiento de la humanidad ha avanzado tanto que debemos buscar en otras disciplinas conocimiento que nos ayude a avanzar más allá de nuestras propias áreas". Y profundiza: “Habitualmente, en una masterclass un alumno toca delante de un grupo y la idea es que ese grupo aprenda a través del ejemplo de la persona que está adelante. Pero la concentración tiene límites temporales y sucede esto: puede haber 20 personas en la sala, una está tocando y tal vez cinco o seis estén, de hecho, aprendiendo. Por eso prefiero un modelo mixto".
Así, mezclará tres formatos: el workshop, que es combinar la práctica y la teoría, es decir, pensar cómo tocar y luego tocar, para probar lo que uno pensó, presentaciones en el formato de seminario, con un powerpoint para hablar de asuntos teóricos y neorocognitivos, y una masterclass. El foco de todo será cómo utilizar la neurociencia para lograr más eficiencia en las prácticas musicales.
"Descubrí en la neurociencia una especie de súper poder para llegar a mis objetivos con mucha más facilidad, con placer y con éxito. Al final se trata de cómo lidiar con la frustración y con el error, como herramientas de crecimiento"
Déborah Wanderley dos Santos se define a sí misma como una “eterna curiosa”. “Siempre me gustó mucho leer y aprender, desde que era muy pequeña. Y descubrí en la neurociencia una especie de súper poder para administrar mis pensamientos, mis emociones, mis conocimientos, para llegar a mis objetivos con mucha más facilidad, con placer y con éxito. Este conocimiento lo empecé a compartir con mis alumnos, y generó resultados magníficos: lograban avances muy grandes, comenzaron a ganar concursos y en las audiciones les iba muy bien”, recuerda.
“Me sentía como un hacker, porque había descubierto cómo descifrar códigos y secretos. Me di cuenta de que al descifrar mi cerebro mis estudios de violín tenían mucha más potencia y también les pasaba a mis alumnos. Entonces me inscribí en la Universidad Harvard, en Boston, que es una de las más reconocidas internacionalmente, e hice una maestría en educación, con foco en ciencias cognitivas, que lo hice en el MIT. Tuve entonces conciencia de que para desarrollar aun más mi metodología de enseñanza y transformarla en una metodología que cualquier persona pudiera utilizar, así que ingresé a un doctorado en neurociencia de la música en la Universidad Northeastern, en Boston, y ahora estoy estudiando cómo el entrenamiento musical cambia estructuras de funciones cerebrales y cómo alinear esa potencialidad de cognitive enhancement, esto es, de mejoras cognitivas, con la enseñanza de la música”, detalla.
Déborah Wanderley dos Santos, trabajando con jóvenes en el proyecto que fundó en Chicago.
El foco que busca es enseñar a los niños y jóvenes cómo utilizar su cerebro de la manera más eficiente posible. “Con eso vamos a conseguir tocar mejor, pero también leer mejor, así como memorizar. Es un beneficio que va mucho más allá de la música, un aprendizaje que se puede utilizar en cualquier desafío o sueño que uno tenga, siempre que se esté dispuesto a trabajar. Porque la verdad es que es mucho más sencillo y placentero tocar disfrutando, sin pensar mucho, pero para hacer un trabajo lo más eficiente posible implica concentración, determinación y resiliencia, y estos son valores que tenemos que seguir cultivando en las nuevas generaciones, porque al final se trata de cómo lidiar con la frustración y con el error, como herramientas de crecimiento”, señala Déborah Wanderley dos Santos.
Mientras cursaba su magíster en Harvad, dictó el curso Ciencia y sicología de la música, en conjunto con un profesor. Pronto obtuvo un premio en excelencia docente. Hoy está en primer año de su doctorado en Northeastern, pero ya le confirmaron que en 2024 dictará su primer curso allí. Asimismo, Wanderley dos Santos trabaja en el programa Academy for Impact through Music (AIM) de la Fundación Hilti: “Soy coach de profesores de música en proyectos sociales; les enseño cómo alinear el funcionamiento cerebral con sus metodologías de enseñanza para que los niños puedan desarrollar sus capacidades cognitivas y sus habilidades socioemocionales”.
Además de haber conocido desde dentro la YOA, Orquesta de las Américas, esta violinista brasilera se contactó con José Antonio Abreu y colaboró en el Sistema de Venezuela. Luego fundó el Youth Project Chicago, que es una entidad pionera en Estados Unidos pues implica generar y mantener orquestas juveniles con estudiantes que provienen de situaciones familiares difíciles, con pocos recursos financieros y sociales.
Déborah Wanderley dos Santos inició sus estudios de violín a los 10 años, en un centro educativo gratuito de Brasilia.
Déborah Wanderley dos Santos nació en Brasilia. Hija de una profesora, quedó huérfana a los 4 años de edad, y a los 10 inició sus estudios de violín en una escuela de música gratuita que, indica, “es un centro vocacional que cumple la función social de darle acceso a las personas. El mayor problema de la falta de recursos financieros no es la falta de dinero por sí sola, es la falta de opciones y de acceso que se ven restringidas por la falta de dinero. En el caso de Brasilia, que fue construida como una ciudad modelo, existe una educación pública fuerte, así que es subsanada esa carencia educativa que causa la pobreza”.
Esa escuela de música, reconoce, “fue, para mí, el lugar más importante de mi infancia y de mi adolescencia. Pasaba más tiempo ahí que en mi casa. Es una escuela que nunca cierra, puedes ir el fin de semana, puedes quedarte allá incluso en la madrugada, y tiene toda la estructura necesaria para soñar sueños grandes. A los 12 años de edad, comencé a soñar con una carrera profesional en la música, que exige de cuatro a seis horas diarias de estudio, y ese espacio se convirtió en mi refugio”.
Un momento de la primera jornada del curso de Déborah Wanderley dos Santos en el Instituto de Música UC. Foto: Georgina Rossi.
Venía de un hogar vulnerable, tal como los otros niños y jóvenes, que asistían. “En esa escuela, con ese sistema, se neutralizaban muchas vulnerabilidades que sufren los niños de bajos recursos, como el reclutamiento de las pandillas y las insuficiencias nutricionales, pero también las dificultades dentro de una casa demasiado ruidosa o donde existan muchas y diferentes formas de violencia y abuso, así como la criminalidad en el barrio, que existan malos ejemplos que uno puede seguir. Todo eso desaparece de la ecuación cuando la escuela de música se convierte en tu refugio”.
Se concentró al máximo en el violín, estudiando entre ocho y diez horas al día, y logró ingresar a una orquesta profesional. “A los 18 años tuve mi primer trabajo en Brasil. Pero tenía muchos sueños, y uno de ellos era estudiar afuera. Audicioné para la Orquesta de las Américas, conseguí becas para estudiar en Canadá y Estados Unidos, y me iba de gira con la YOA en las vacaciones”, rememora.
En los momentos más difíciles, se mantenía tocando en la calle, por propinas. Mientras estudiaba becada siempre se sostuvo trabajando: en Canadá, en aseo y en Chicago, como guardia nocturno.
"Cuando estaba estudiando en Chicago me encontré con la realidad de la pobreza en Estados Unidos, que es una pobreza de los inmigrantes y de los refugiados. Fue una conmoción"
En 2005, Déborah Wanderley dos Santos vivió una experiencia que marcaría su vida, cuando fue de gira a Venezuela y conoció el Sistema. “Yo siempre supe que quería retribuir la educación que yo había recibido, y cuando fui a Venezuela entendí cómo podría hacerlo; me identifiqué con la propuesta de centrar la práctica en la orquesta y en los valores humanistas, en el potencial del ser humano de aprender de forma autónoma y de colaborar en un grupo. Más tarde, en 2008, cuando estaba estudiando en Chicago me encontré con la realidad de la pobreza en Estados Unidos, que es una pobreza de los inmigrantes y de los refugiados. Fue una conmoción. Pensé ‘¿cómo es que yo vengo de Brasil, con limitaciones socioeconómicas, y en Estados Unidos recibí más que los niños en vulnerabilidad social?’. Yo estaba estudiando becada allá, así que pensé que podría retribuir montando un proyecto social para niños que en una situación que puede ser incluso peor que la que yo viví cuando chica, porque además de la falta de recursos económicos también hay una falta de opciones”, cuenta.
Déborah Wanderley dos Santos con algunos de los jóvenes para los cuales fundó un proyecto en Chicago.
Uno de los libros que han cambiado su vida es Freedom of choice, del Nobel de Economía Amartya Sen, que sentó las bases para el Índice de Desarrollo Humano, que es analizado regularmente por las Naciones Unidos hace más de 30 años. “El problema mayor no es el desarrollo económico, sino el desarrollo humano. Porque cuando las personas no tienen opción de ingresar en actividades de alto desarrollo que les permitan transitar niveles socioeconómicos, entonces esas personas quedan presas en ese lugar. En Estados Unidos, por ejemplo, las personas sólo pueden ir a la escuela de su barrio, que es financiada con los recursos que se recaudan en ese barrio. Y si ese barrio tiene bajo poder socioeconómico tendrá menos recursos para sus escuelas y probablemente produzca una educación menos eficiente, siendo que debería ser al contrario. Entonces, si naces en un barrio pobre, vas a estudiar ahí y probablemente te quedarás toda tu vida allí, por falta de opciones. Quise quebrar ese ciclo, y funcionó. En Venezuela fue parte de la maquinaria del Sistema durante un tiempo y entendí cómo funcionaba, y luego fundé ese proyecto en Chicago con la ayuda del maestro José Antonio Abreu quien nos visitó en Chicago y le dio una medalla a cada uno de los niños. Fue un momento muy especial, y después yo ayudé a otras organizaciones a iniciar proyectos semejantes”, asegura Déborah Wanderley dos Santos.
La violinista también colaboró con la Organización de Estados Americanos para fundar un programa en el Caribe, con el objetivo de romper el ciclo de vinculación con las pandillas. “Se establecieron programas musicales con el objetivo de que los niños entraran antes de la edad en la cual son generalmente reclutados por las pandillas y pasaran su adolescencia y juventud buscando su propio camino a través de la música”, cuenta.
"En un estudio basado en la neurociencia; cada paso que das se mantiene en el tiempo, y así consigues acumular conocimiento de forma más rápida y más sólida que cuando estudias por repetición"
Dedicarse a los proyectos sociales, asegura, era de entrega total. “Es un trabajo bonito, es gratificante, pero no es siempre sustentable y llega un momento de la vida en que uno necesita un retorno financiero que tal vez no pueda existir en los proyectos sociales”, dice. Cuando justamente estaba colaborando en el desarrollo de más centros de formación musical en Brasil, su primer profesor de violín le planteó un nuevo desafío. “Tu profesor de violín es para siempre, y él me desafió a entrar a la Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo, que es una de las grandes orquestas de América Latina. En aquel momento me parecía imposible, creía que tal vez yo nunca iba a poder alcanzar ese alto nivel”, recuerda Wanderley dos Santos.
“Nunca había trabajado mis cuestiones emocionales, nunca me había conocido a mí misma, y no entendía el origen de la ansiedad. Entonces, mis audiciones fueron completamente desastrosas. La primera vez, yo estaba tan nerviosa que no conseguí afinar el violín; ni siquiera conseguía ver la partitura. Tenía un solo pensamiento fijo: ‘quiero que acabe, quiero salir corriendo de aquí’. Ése fue el mayor desastre de mi vida y fue también la mayor bendición porque descubrí que había tenido una crisis de pánico, que el hecho de no conseguir escuchar, ni leer la partitura, el querer escapar, eran síntomas de la reacción de una parte del cerebro que interpretó que había un riesgo vital en esa situación. Yo quedé fascinada, y fue ahí que descubrí la neurociencia, a partir de gran frustración de no conseguir pasar una prueba de orquesta. Ahí comencé a estudiar sobre neurociencia”, explica.
Entonces, tuvo la certeza de que no iba a avanzar en su carrera por el solo estudio de su instrumento. “Primero necesitaba entender al ser humano que estaba detrás, a la máquina de tocar violín que estaba detrás”. Se centró justamente en la línea de la disciplina que comprende al cerebro como una máquina con engranajes y combustibles como la alimentación y el sueño.
Déborah Wanderley dos Santos es miembro de la Orquesta Sinfónica del Estado de São Paulo.
Durante todo un año, Wanderley dos Santos leyó todos los libros que encontró sobre neurociencia y pasó de estudiar ocho horas al día de violín, a seis o siete horas de neurociencia y cuatro horas de violín al día. “En esas cuatro horas, rendía mucho más que en las ocho de antes. Recién somos capaces de aprender cuando entendemos cómo aprende el cerebro. Antes yo estudiaba a ciegas, nunca sabía lo que funcionaba y lo que no, y si algo funcionaba al día siguiente lo había perdido y no sabía cómo recuperarlo. Pero eso no sucede en un estudio basado en la neurociencia; cada paso que das se mantiene en el tiempo, y así consigues acumular conocimiento de forma más rápida y más sólida que cuando estudias por repetición”.
Ahora mismo, esta violinista está con permiso de la Sinfónica do Estado de Sao Paulo, mientras estudia su doctorado, y piensa volver a la fila de los violines, pero combinar la práctica orquestal con sus otros dos áreas de trabajo: la investigación y lo social.
Déborah Wanderley dos Santos en Senegal.
“Yo puedo ser una violinista de concierto, una profesora universitaria y además apoyar proyectos sociales; cada uno de esos campos alimenta a los otros. Yo no puedo quedarme exclusivamente en una sala de concierto, necesito que la música vaya más allá de esas paredes, especialmente en América Latina, donde hay orquestas financiadas por el Estado, que reciben dinero público, es decir, son pagadas con impuestos, y sirven a una pequeña minoría de ese Estado. Si vemos la Sala São Paulo, por ejemplo, el público es muy selecto; es necesario que las orquestas circulen en ciudades más pequeñas y en otros espacios. Sin embargo, hasta que no se concrete este sueño mío de una orquesta que realmente sea de todos, a mí me corresponde, como música, ser consecuente con mi misión de vida a través de mi profesión. Ahora mismo estoy fuera del escenario para poder enfocarme en la neurociencia y en la educación, y de acá a tres años, si todo resulta, podré ejercer permanentemente los tres campos. Creo firmemente en la música como una herramienta para la transformación social", cierra Déborah Wanderley dos Santos.
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